Muchos dirían que la respuesta a la primera pregunta de Jesús es que no sirve de nada ganar todo el mundo y perder el alma —es decir, la vida— en el intento, pues los bienes materiales solo son útiles si uno está vivo para disfrutarlos.
Cuando Jesús hizo la segunda pregunta, “¿Qué, realmente, daría el hombre en cambio por su alma?”, quienes lo estaban escuchando tal vez recordaron lo que aseguró Satanás en los días de Job: “Todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma” (Job 2:4). Muchas personas que no adoran a Jehová concordarían con la afirmación de Satanás, porque harían lo que fuera con tal de seguir vivos, incluso pasar por alto principios morales. Pero no es así como vemos las cosas los cristianos.
Sabemos que Jesús no vino a la Tierra para darnos salud, dinero y una larga vida en este mundo. Vino para ofrecernos la oportunidad de vivir para siempre en un nuevo mundo, algo de mucho más valor para nosotros (Juan 3:16). Así, cuando el cristiano lee la primera pregunta de Jesús, seguramente la entiende de la siguiente manera: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo y pagarlo con perder la posibilidad de vivir para siempre?”. La respuesta es evidente: no le sirve de nada.
Cuando Jesús hizo la segunda pregunta, “¿Qué, realmente, daría el hombre en cambio por su alma?”, quienes lo estaban escuchando tal vez recordaron lo que aseguró Satanás en los días de Job: “Todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma” (Job 2:4). Muchas personas que no adoran a Jehová concordarían con la afirmación de Satanás, porque harían lo que fuera con tal de seguir vivos, incluso pasar por alto principios morales. Pero no es así como vemos las cosas los cristianos.
Sabemos que Jesús no vino a la Tierra para darnos salud, dinero y una larga vida en este mundo. Vino para ofrecernos la oportunidad de vivir para siempre en un nuevo mundo, algo de mucho más valor para nosotros (Juan 3:16). Así, cuando el cristiano lee la primera pregunta de Jesús, seguramente la entiende de la siguiente manera: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo y pagarlo con perder la posibilidad de vivir para siempre?”. La respuesta es evidente: no le sirve de nada.
“¿Qué sacrificios estoy dispuesto a hacer para vivir en el nuevo mundo?”. La respuesta se hace patente por nuestra forma de vivir y demuestra si nuestra esperanza es sólida o no (compárese con Juan 12:25).
Claro está, Jesús no quiso decir que la vida eterna es algo que podemos ganarnos por méritos propios. Hay que recordar que hasta la vida relativamente corta que tenemos en este mundo es un regalo. Nadie puede comprar la vida ni hacer nada para merecerla. Y la única manera de recibir el don de la vida eterna es poniendo “nuestra fe en Cristo Jesús” y en Jehová, quien es “remunerador de los que le buscan solícitamente” (Gál. 2:16; Heb. 11:6). Ahora bien, hay que respaldar esa fe con obras, pues “la fe sin obras está muerta” (Sant. 2:26).
Por tanto, cuando meditemos en la pregunta de Jesús, analicemos qué sacrificios estamos dispuestos a hacer para demostrar que nuestra fe está viva.