Necesitamos refrescarnos la memoria. La vida cristiana real, genuina, nunca se redujo a «portarse bien». De hecho, yo creo que la verdadera vida cristiana tiene más que ver con portarse mal que con portarse bien. Tiene más que ver con ser diferentes que con ser iguales.
En un mundo pecaminoso, los santos se distinguen, porque los cristianos espirituales no obedecen los valores de este mundo. Ellas y ellos se rebelan. Son esas personas que donde hay egoísmo, practican la generosidad. Donde hay violencia, aplican la paz. Donde hay desgano, contagian pasión. Donde hay discriminación, promueven la gracia. Y donde hay temor, actúan con una confianza que llena de asombro.
Los santos pueden caminar entre el caos y crear orden. Están lo suficientemente cerca del creador como para, con una creatividad sorprendente, hacer que las cosas sucedan. Están tan bien conectados con su interior y con su diseño particular que se pueden reír de sí mismos. No necesitan halagos para esforzarse, y pueden hacer lo que es correcto aunque nadie los esté mirando. Lucas Ley