La fidelidad es una virtud que Dios aprecia grandemente. La fidelidad, es además, indispensable para una buena relación en familia, tanto entre los cónyuges como entre padres e hijos y viceversa.
Tampoco es posible tener amigos si no se practica la fidelidad. En nuestro país hemos vivido grandes desengaños porque nuestros líderes y gobernantes no han sido fieles a la tarea y al compromiso asumido. También es indispensable la fidelidad en la iglesia, en nuestra asistencia, al colaborar aportando de nuestro tiempo, habilidades, talentos, también de nuestro dinero para llevar los proyectos y planes adelante.

La fidelidad humana es inestable, sólo Dios es fiel en toda la extensión y sentido de esta palabra. Dios es fiel.

En Él podemos confiar porque Su fidelidad es constante, permanente, y además, fuerte. No sólo podemos tener la certeza de que la fidelidad de Dios siempre está allí, sino que además no se quiebra nunca. Confiese: Dios es fiel.

El profeta Jeremías dijo: "Por la misericordia de Dios no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias, nuevas son cada mañana. Grande es tu fidelidad". Grande es la fidelidad de nuestro Dios, por eso es que en las Sagradas Escrituras nos exhorta a ser fieles, porque la fidelidad tiene su recompensa.

Hace muchos años oí una historia que me impactó profundamente. Diez soldados eran llevados para ser internados en el mar para morir ahogados por causa de su fe en Jesucristo.Los soldados que los habían acompañado hasta la playa los veían penetrar en el agua, y de pronto algo llamó su atención.

Diez coronas bajaban desde el cielo para coronar la fidelidad de estos cristianos, pero uno de ellos se asustó y comenzó a regresar, su corona también se detuvo en el aire.

Uno de los soldados que observaba la escena, en un momento de determinación y embelesado por la corona preciosa que veía, se despojó de su espada y de su escudo, y penetró en las aguas para poseer esa corona que era premio a la fidelidad.

Sé fiel hasta la muerte y yo, dice Jesús, te daré la corona de la vida eterna. Apocalipsis 2: 10.

Por Marfa Cabrera