Al orar, vamos al encuentro de las misericordias de Dios. Cuando comenzamos un viaje, anticipamos la alegría de la llegada. Sentimos de antemano la emoción, los ojos parecen contemplar lo que aún no han visto.
Es como si el alma se nos llenara de burbujas. Salir de viaje no es llegar, pero no se puede llegar a la meta sin un punto de partida.
Por lo tanto, la salida es el comienzo de la etapa final. Aquel que viaja puede tener muchos kilómetros que recorrer; no obstante, en su mente se perfila el destino y lo ve anticipadamente.
Ya sea que se dé cuenta o no, cada kilómetro que recorre lo acerca más al punto de destino. Así deben ser nuestras oraciones. Cuando empezamos a orar por algo, muchas veces no lo obtenemos enseguida, pero cada momento de oración nos acerca a la meta.
El tiempo que requiere recibir la respuesta puede variar pero, al comenzar a orar, sabemos que ya estamos en camino. Cuando ore por algún motivo, no se impaciente ni se entregue a la ansiedad. Sólo permítase un sentimiento, y es la plena seguridad de que cada paso, cada pensamiento positivo, cada ejercitación de su fe lo acerca al destino final, a la respuesta que busca. Porque Dios escucha y responde.
Por Marfa Cabrera