Cuando amamos a alguien, cualquier cosa que tenga que ver con la persona amada hace que ese objeto también sea especial; mu­chas veces el ser querido está ausente, pero vemos algo que le pertenece, un lugar que comparti­mos, una palabra que menciona­mos juntos y una sonrisa de ternu­ra se dibuja en nuestro rostro.


Así de preciosa es la persona de Jesús de Nazaret, y en el corazón de sus redimidos cada cosa que le pertenece a El o cualquier cosa que tuviera relación con El, tiene un valor incalculable para aquellos que le amamos y le seguimos.

El salmista David dijo: "Mirra, áloe y acacia exhalan todos tus vestidos", al expresar esas palabras estaba hablando del Mesías que había de venir y como si todo estu­viera impregnado de Su persona de tal manera que no podía hacer otra cosa sino amarle.

Cuántas veces hemos abrazado laprenda perfumada del ser amado y ese perfume nos ha hecho has­ta brotar lágrimas por el recuerdo y la mención de los felices momen­tos compartidos. Para los cristia­nos, todo lo que es de Cristo tiene un perfume hermoso, tiene un sen­timiento profundo, tiene un valor inmenso.

No hay lugar donde Cristo no haya pasado, no hay palabra que Sus benditos labios hayan pronun­ciado, no hay ni siquiera un pensamiento que Su palabra divina haya revelado que no sea precioso más allá de todo lo que podemos expresar o que en la tierra se pue­da ofrecer.

La presencia, la persona de Jesús significan tanto que todo lo que con Él se relaciona nos llena de emoción, de alegría y de fortaleza. Si usted aún no conoce a Jesús de Nazaret, si El aún no ha llegado a ser el Amor de los amores en su vida, abra hoy su corazón, permítale saturar con Su presencia perfumada toda su existencia y verá que la situación más simple, el objeto más insignificante se transforma en algo maravillosamente especial al ser tocado por Su divino amor.
Por Marfa Cabrera