En estos últimos días he meditado mucho acerca del corazón. Recuerdo mucho que cuando de pequeño me regañaban o me hacían sentir mal, experimentaba una sensación, como si algo en mi interior se desgarraba, como si una herida por dentro se abría atravesando todo mi pecho. Era una sensación horrible y nunca me gustaba sentirlo.
Con el tiempo entendí que son heridas que quedan en el alma, y todo ese menosprecio, rechazo, dolor, violencia, y demás endurecen nuestro corazón. Por eso Dios nos promete algo acerca de los corazones endurecidos.
Un corazón de piedra es insensible, no tiene sentimientos, esta muerto, es frío. Este tipo corazones son los que maquinan el mal en todo tiempo. Son los corazones que Jesús describió a la perfección lo que en ellos hay contenido.
Estos corazones de piedra nunca fueron así siempre, hubo algo que los cambió. Una mala experiencia petrifico éstos corazones. Alguien te lastimo, alguien te hizo un gran daño que tu corazón de carne fue transformado en uno de piedra. Este cambio se va haciendo poco a poco, primero empieza con una pequeña raíz de amargura, que se va extendiendo por todo el corazón hasta que el corazón queda completamente seco y duro.
De un corazón sano, de carne, sensible, hecho por Dios, siempre fluirán cosas buenas, palabras de bendición. Hablaras lo que Dios habla. Fluirá vida. Por eso es importante cuidarlo, y la única forma de proteger nuestro corazón es guardándolo en un lugar seguro, por eso HOY DIOS TE DICE: “Dame, hijo mío, tu corazón…” (Proverbios 23:26a).
