Ezequías fue un rey que al tomar el reinado, el país estaba en tremendos problemas. Él buscó a Dios de todo corazón, limpió el templo. Renovó las actividades religiosas del pueblo, instituyó sacerdocio renovado. Se mantuvo fiel a Dios por muchos años y esta fidelidad bendijo grandemente a la nación.
Pero cerca del final de sus días, quizá se cansó de hacer el bien, (el cual no siempre vemos respondido), Ezequías desarrolló una actitud egoísta, centrada en sí mismo; entre otras cosas hizo un tratado con los babilonios que habían sido siempre sus enemigos, tal vez por temor llegó a negociar con ellos.
El profeta Isaías se le presentó para darle un mensaje de parte de Dios el cual decía que sus descendientes iban a ser vencidos por los babilonios y llevados a esclavitud lo cual luego ocurrió; y leyendo la historia sagrada veremos que fue tremendo el resultado que fue como una gota que colmó el vaso en la vida de este rey. Ezequías, en lugar de arrepentirse, en vez de mostrar remordimiento, respiró con alivio aludiendo que no le importaba, porque el desastre no iba ocurrir en sus días sino a sus descendientes.
Qué tremendo que un hombre que había hecho tanto bien, terminara sus días pensando solo en su bien sin interesarles los demás. Amigo/a, esta actitud de "solo yo", es una mentalidad que nos está influenciando a todos en la familia, iglesia, escuela, país; la actitud de interesarnos únicamente en nosotros y en nuestras necesidades aun ha infectado nuestra manera de orar.
Miremos a nuestro alrededor muchos nos necesitan.