Cuando vienen tiempos difíciles, podemos elegir dar la espalda a Dios. Pero el endurecimiento de nuestro corazón hacia Él por la ira o el rechazo afectará nuestra capacidad para enfrentar al sufrimiento de una manera provechosa, lo que hará difícil escuchar su voz y recibir consuelo y fortaleza. La gratitud es la puerta que tenemos que atravesar para ser cada vez más conscientes de la bondad del Padre celestial en medio de nuestras circunstancias difíciles. Tenemos que practicar la disciplina de dar gracias aun más en los momentos difíciles, porque al hacer esto Dios no solo transforma al sufrimiento, sino que también nos transforma a nosotros.
Un corazón agradecido es posible solo cuando hay humildad. Al dejar nuestro orgullo y contrastar nuestra pequeñez con la grandeza de Dios, entendemos que Dios es más grande de lo que podemos imaginar. Nos maravillamos de que el Altísimo no solo nos haya creado, sino también de que haya abierto un camino por medio de su Hijo para que lo conozcamos. Cuando entendemos verdaderamente lo lejos que tuvo que ir para sacarnos del abismo, nos llenamos de una gratitud que sobrepasa las circunstancias más espantosas.
El dolor y el sufrimiento pueden también ablandarnos el corazón hacia otras personas. Dios nos consuela para que podamos consolar a otros (2 Co 1.3-5).
Los tiempos difíciles pueden parecer interminables, pero Pablo los llama “leve tribulación momentánea” (2 Co 4.17).
Él pudo escribir estas palabras, a pesar de haber sufrido persecuciones, cárceles, palizas, naufragios, mordeduras de serpientes, y muchas otras cosas más. Con su palabra y su ejemplo, nos insta a centrarnos en lo eterno. Aun las pruebas que duran toda una vida en la tierra transcurren en un instante, en comparación con la eternidad.
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