Yo les daré lugar en mi casa y dentro de mis muros, y nombre mejor que el de hijos e hijas; nombre perpetuo les daré, que nunca perecerá. Isaías 56:5.
Desde que sé que está siendo dolorosamente tentada siento una profunda simpatía por Ud. El enemigo está tratando de desanimarla y hacerla desfallecer. No es menor la simpatía y el profundo interés que siento por su esposo. Nuestro Salvador será su Salvador si él lo acepta. Nunca, nunca debiéramos considerar que es de poca importancia llegar a ser hijos e hijas de Dios, sino sentir que es el más alto honor.
Mi hermana, nunca ceda a la tentación de sacrificar los principios cristianos a fin de armonizar con el criterio del mundo. Sea firme, sea fiel, porque Ud. ha sido comprada por precio. Su deber hacia su Salvador puede conducirla por caminos que no sean los más suaves, porque su Redentor nunca caminó por senderos de complacencia propia y de autogratificación. No vivió para agradarse a sí mismo. Salió fuera del campamento y sufrió el vituperio. Dondequiera la Providencia la haya colocado, Dios le dará fortaleza para permanecer firme en la fe. Que nada se interponga entre su alma y Dios.
Cristo no nos dio simplemente las directivas acerca del sendero en el cual debemos andar, sino que vino para ser nuestro Maestro. No sólo nos dijo cómo debemos obedecer, sino que, mediante su propia vida, nos dio un ejemplo práctico de cómo debemos hacerlo. De esta manera es el verdadero Ayudador. Caminando delante de nosotros, derriba los obstáculos y nos dice que sigamos en sus pisadas. Nuestro bendito Salvador nos dice: “Sígueme. Yo te conduciré. Yo soy el camino, la verdad y la vida. El que me sigue no caminará en tinieblas”. Véase Juan 14:6; 8:12.
Mi hermana, el Señor la ama y desea que Ud. tenga la corona de la vida. “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles”. Apocalipsis 3:5. Las ropas blancas son las vestiduras de la justicia de Cristo y todos los que tienen esa justicia son partícipes de la naturaleza divina. En ellos está escrito “el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo”. Apocalipsis 3:12.