Cuando le invade un ferviente deseo de buscar más del Señor, hay dos cosas muy importantes que debe aprender. La primera de ella es  reconocer al enemigo.


Debemos aprender que la duda, el desánimo, el desaliento, no vienen de Dios. La división, la pelea, la falta de paz las trae nues­tro enemigo el diablo. Al crecer en el Señor aprendemos a discernir qué es de Dios y qué es del diablo. Me acuerdo de una canción que compuso un correntino: "Desde ahora al pecado ya no temo, porque de lejos le conozco al venir, enton­ces yo preparo ya las armas: en el Nombre de Jesús, quédate atrás". Reconocer al diablo desde lejos.

San Pablo dice: "Sabemos las maquinaciones del diablo", de los ataques del enemigo, que el diablo quiere destruir todo lo que Dios hace, pero no teme­mos porque sabemos que más po­deroso es el que está con nosotros que el que está con ellos. Y este paso me lleva al siguiente: debe­mos reconocer los ataques del ene­migo para así poder enfocar adecuadamente nuestras oraciones.

Muchas veces oramos muy a los saltos. Mientras pensamos en una cosa, estarnos orando por otra; es como que nos costara enfocar la oración. Será por eso que cuando yo oro uso mis manos, mis pies y hasta me gusta caminar, involucro todo mi ser en la oración, no sólo la mente. A lo mejor usted para enfocar sus oraciones tiene que quedarse bien quieto, busque lo que más se adapte a usted. Deben ser oraciones que no divaguen, que no comiencen en el África luego por un barrio de su ciudad y después por la heladera de su cocina. ¡No! Tiene que ser una oración específica que enfoque lo que usted está buscando de parte de Dios y esto sólo se aprende sobre las rodillas.

Hay que practicar hasta apren­der a enfocar con claridad. Quizás algunos son uno o dos en la familia que asisten a la iglesia y los demás no, y tienen muchas trabas; la pre­sión de la familia, la burla del her­mano, la mamá que le quita la Bi­blia, el papá que se ríe; es como que le distraen y desenfoca la oración. Tiene que perseverar hasta vencer. La perseverancia nos hace victoriosos. Dígale al Señor que le enseñe a reconocer a su enemigo y a enfocar de una manera poderosa sus oraciones.