El miedo ha formado parte de nuestra historia desde el principio. Para muchos pensadores, el miedo es la causa principal para que el hombre no desarrolle sus habilidades. Se le atribuye al miedo la derrota humana en todo aspecto.
El temor tiene dos maneras de entenderse, una positiva y la otra negativa.
Una idea de esto es lo que sentimos cuando nos colocamos frente al vasto océano y observamos la enormidad del mismo en comparación con nosotros.
Nos sobrecoge un temor por lo inmenso, lo abrumador.
Lo mismo ocurre cuando estamos mirando el cielo estrellado. Nos abraza un sentimiento de insignificancia, nos sentimos diminutos, pequeños.
David escribió:
“Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tu formaste, digo: “¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?”.
El miedo es el resultado de nuestro desconocimiento de Dios, por lo tanto, en la medida en que desarrollo comunión con mi padre celestial, el temor escapa de mi vida.
Cuando Dios me dice NO TEMAS más que simplemente pedirme que no sienta miedo, me está invitando a conocerlo más, a pasar más tiempo a solas con él, a compartir con él, pues su promesa es “Yo estoy contigo”.
La mayor de las promesas de la Biblia inicia con una invitación a no tener temor: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis”.
No desmayes, yo soy tu Dios que te esfuerzo
La consecuencia natural del miedo es a desfallecer, a desmayar, dejar de intentar, a ver los obstáculos más grandes de lo que son.
El Señor nos invita a recordar quién es él.
El Dios que todo lo puede.
Que está presente.
Que todo lo sabe.
El Dios que está al control, que nos llena de fortaleza.
El mundo es un campo de batalla, hay luchas externas que oprimen, enfermedades que nos debilitan, dolor físico y emocional, necesidades materiales, espirituales y sociales.
Pero la verdadera guerra está dentro, con nuestra falta de fe.
En esta oportunidad Dios tiene una invitación para cada uno de los que estamos aquí.
Su promesa es: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”
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